viernes, 21 de diciembre de 2012

Black “Law” derribada


Después de que aquel joven estadounidense  llevara a cabo la matanza  en aquel  colegio de Conneticut, Barak Obama tendrá que enfrentarse, no solo a la oposición de los republicanos, sino a los impedimentos puestos por las empresas armamentísticas y los lobbys de presión que, como tradicionalmente ocurre en la historia de Estados Unidos,  se las ingeniarán para cambiar la política del gobierno. Habrá que preguntarse qué pasará con el proyecto de ley planteado por la administración Obama de prohibir las armas de asalto en manos privadas. No hay que olvidar que en 2008 la Asociación Nacional del Rifle invirtió 40 millones de dólares en campaña electoral tanto para republicanos como demócratas, a cambio de que el gobierno combatiese  propuestas contra la compra o posesión de armas. Así pues, no interesa dar un toque de atención a estas entidades.

La reacción de varios legisladores en algunos estados ante este suceso es digna de apuntar en los anales de la historia de la ineptitud política. Medidas como permitir a profesores que porten armas en los colegios para proteger a los alumnos, o vender mochilas antibalas a los estudiantes, pone de manifiesto la influencia de los intereses económicos y la imposibilidad de reaccionar políticamente ante ellos. Pero también muestra uno de los elementos caracterizadores de la sociedad norteamericana; el miedo.  Estados Unidos es un país que, por su historia, está condenada a la turbación. Después de financiar guerras en países de África, Asia y América Latina para salvaguardar su imperio, después de potenciar  el terrorismo en Oriente Medio o de vivir bajo la influencia de unos medios de comunicación que contribuyen a insuflar el miedo con sus películas apocalípticas; es lógico que los ciudadanos norteamericanos duerman con su Smith & Wesson bajo la almohada. 

Retirar la segunda enmienda de la constitución americana, que reconoce el derecho del estadounidense  a portar un arma de fuego, es un trabajo que desde el poder público es casi imposible, pero también lo será tomar medidas para limitar el acceso a las armas, como ha propuesto el congreso. Mientras estas entidades intervengan en las decisiones de los actores políticos de Estados Unidos –y, prácticamente, de los de todo el mundo- habrá más tiroteos en los centros de enseñanza; atracos a mano armada en las tiendas de 24 horas, y batallas campales entre gangas de los oscuros barrios del Bronx.

Grupos de ciudadanos se están movilizando para que el gobierno regule el acceso a las armas. Llamar la atención del poder público es, sin duda, una labor necesaria, pero es también una batalla perdida. Un primer paso que cambiaría el curso de la historia norteamericana consistiría en concienciar a la ciudadanía sobre peligro de las armas, pero también lo sería el de eliminar de su mente el patriotismo imbécil que se les inculca en las escuelas o en los medios de comunicación y mostrarles una realidad distinta de la suya.
Se trata de una iniciativa difícil, pero más complejo es aún intervenir en decisiones económicas.  Pero por Alá, antes de dirigirse a ellos, acuérdese de llevar puesto el chaleco antibalas, no vaya a ser que lo confundan con un espía ruso y vuelva a su casa con un ombligo nuevo.


viernes, 9 de noviembre de 2012

Sobre medidas, derechos y suicidios


En España ya son tres las personas que se han suicidado por motivos de la crisis económica. La tercera víctima ha sido una mujer de 53 años tras haberle comunicado la comisión judicial  el desahucio.  Espero que la “inducción al suicidio”  no sea una de las medidas de austeridad del gobierno. Ya estoy imaginando a Rajoy por televisión anunciando “una excelente propuesta  para acabar con el paro, así  como un ahorro de millones de euros a la Seguridad Social”. Dios nos pille confesados. Y lo digo, porque este suceso es el resultado de una de las muchas  gestiones  pésimas de nuestros gobernantes; unas políticas que atentan contra los derechos de los ciudadanos, y que obedecen a intereses económicos -véase la ley de hipotecas-. Con esta norma, por ejemplo, ya no hay elección para el ciudadano.  De un plumazo, se han saltado a la torera dos derechos por el precio de uno. Por un lado, el derecho a la vivienda -un derecho que todavía se discute si debe ser económico o  fundamental- y por otro, sin ser conscientes de ello, el derecho a la vida. Esta serie de medidas muestran la crisis de valores hacia la que nos están llevando los intereses económicos. Espanta ver cómo los políticos se han visto obligados a reaccionar ante esta situación, e insisto, espanta porque muestra la brecha que existe entre los políticos y los ciudadanos. ¿No han sido motivos suficientes para el gobierno todas  las protestas que, con anterioridad, se produjeron en toda España contra los desahucios? Parece que no. El ejecutivo se ha visto obligado a enfrentarse a la situación de las hipotecas cuando una ciudadana de a pie ha decidido poner fin a su vida. Ante esto, gobierno y oposición han convocado una reunión urgente para modificar la regulación de las hipotecas.

Por ello, pedir responsabilidades es el primer paso para  hablar de Justicia hacia estas personas, porque es un error considerar dos muertes como meros suicidios. Desproveer a una persona de su casa debería ser condenable, porque no nos olvidemos que el derecho a la vivienda es un derecho humano, no solo porque lo recoja la constitución, sino porque es el principio connatural al desarrollo de la persona.  

viernes, 27 de enero de 2012

Libertad en caja de zapatos

Hace unos días el diario El país publicaba una noticia que rozaba el macabro surrealismo de Chicho Ibáñez Serrador en  sus “Historias para no dormir”.
Un individuo se entregó en una comisaría por haber cometido una serie de robos en varias viviendas.
Seguramente ya estará levantándose de su silla dispuesto a arrancar en aplausos en señal de respeto a tal acto, pues le parecerá honroso e inusual que en este país donde nadie reconoce sus errores y el que hace lo correcto es bueno y tonto a la vez, haya crecido un ápice de lealtad dentro de tanta picaresca, pero relájese, no se levante y agárrese a su silla porque lo que viene trae miga. El pobre desgraciado agradecía a la policía su detención ya que su situación económica era bastante precaria.
Son estas noticias las que de verdad informan al ciudadano sobre el panorama económico que estamos viviendo en todo el globo. Aunque resulte anecdótico, no cabe duda de que este suceso espanta mucho más que presenciar un pleno de los parlamentarios europeos sobre la crisis del euro.  Son esos acontecimientos los que hacen preguntarse al hombre hasta qué punto puede llegar si su situación económica es precaria. Este individuo se vio obligado a entregar su libertad por tener un techo donde cobijarse en estos momentos de desesperación ciudadana. Como esto se ponga de moda, ya estoy imaginando el anuncio por radio: “Si no puede con la presión de los acreedores, infrinja la ley y visite nuestra línea de hoteles Alcalá  Meco. Podrá gozar con nuestras instalaciones deportivas, nuestras duchas, nuestro comedor y nuestros presos. Infrinja, no sea tonto”.
Entonces me da por pensar sobre la libertad y sobre sus límites. Este señor no era libre ni con la llegada de la crisis ni durante su ingreso en prisión. ¿Qué busca por tanto? Un plato, un sitio donde dormir y posiblemente una reinserción en la sociedad, no por el hecho de ser un criminal, sino porque en los momentos de bonanza económica, este señor podía decir que era un ciudadano libre, pero con la llegada de la crisis  no vio otra salida que la de recluirse y gozar del amparo de los funcionarios de prisión. No. Lo que este pobre hombre buscaba era su libertad. Una libertad que según nuestro sistema,  es sinónimo de consumo; que no es derecho, sino logro; que no es posesión del género humano, sino un recurso del estado para remover las tripas de las masas. Una triste libertad.
Me pregunto qué pasará cuando este hombre salga de prisión. Hablan de la reinserción como un milagro al que puede aspirar un expresidiario, pero la verdad es que se va a tener que enfrentar a algo más duro que los conflictos carcelarios y el no poder ver la luz del Sol en cierto tiempo; una sociedad que va a repudiarle en cuanto le lea la cartilla y compruebe que estuvo en la cárcel por asaltar casas y robar electrodomésticos por cubrir aquellas necesidades que permiten al hombre ser libre, o quizá defina la libertad como una caja de zapatos y la cárcel como el más dulce hotel de cinco estrellas.