Debido a mis ansias de juventud por intentar cambiar el mundo
y a la influencia de los reportajes basura del tipo 21 días —pido perdón—, mi ego se
vino arriba. Llegué a casa y preparé la entrevista con gran ilusión. Al día
siguiente, el individuo me esperaba con su bicicleta apoyada en el portal.
“Buenas tardes, Makan”. Hicimos la entrevista en un bar. El hombre se sentó y
pidió un bocadillo y una Coca-Cola.
Makan me contó su situación. Estuvimos charlando con muchas
dificultades. A cada pregunta que le hacía, sonreía y me decía: “No te
entiendo”. Al final resultó imposible componer una entrevista. Apagué la
grabadora y dejé una pregunta en el tintero. Cuando me di cuenta, decidí
hacérsela: “¿Encuentras salida a tu situación?”. Makan sonrió y respondió: “España
va a cambiar. Es la mano de Dios la que nos tiene que sacar de la crisis, no la
de los hombres”. Me desconcertó esa respuesta. Makan no es uno de esos
economistas trasnochados que siempre encuentran soluciones a la crisis, o que,
por el contrario, auguran malas tempestades para España. Es una víctima del
sistema y tiene esperanza de que sea la mano de Dios la que nos saque de este
embrollo.
Su inocencia me apenó. Lástima que semanas más tarde, la
portada principal de El País nos
sorprendiera con la noticia de que el Fondo Monetario Internacional predijera
que la crisis en España será más dura y que podría prolongarse hasta 2018. No
sé si será la mano de Dios la que nos saque de la crisis, pero está claro que
la mano invisible del capitalismo, no. Esperemos, Makan, que tengas razón.