domingo, 21 de abril de 2013

De crisis, Dios y mal periodismo

Suelo encontrármelo cada vez que vuelvo de la universidad. Makan, cuarenta y siete años de edad, natural de Mali. Trabajó en la construcción hasta 2010, pero con la crisis se quedó sin trabajo. Después de recorrer todo el campo de Elche con su bicicleta en busca de empleo, por las tardes deja un vaso de plástico en el suelo y se dedica a pedir limosna a los parroquianos de la iglesia de El Salvador. Esta calle es un lugar en el que, a medida que la crisis ha ido prolongándose, concurren más pedigüeños. Makan permanece sentado en el portal. Me mira y me dice con su acento de Mali: “¿Tiene algo para darme?”. Con cierto compromiso niego rotundamente. El pobre hombre agacha la cabeza y se disculpa: “Lo siento, lo siento”. Su reacción me hace sentir culpable. La historia de un señor al que el propio sistema le ha obligado a sobrevivir así y que, con toda su humildad, tiene fuerzas para pedir disculpas, merece ser contada. Tras mis frustrados intentos por conseguir una entrevista para un proyecto de universidad, me dirigí al individuo y le dije: “Perdona, ¿podrías concederme una entrevista? Es para un trabajo”. El hombre accedió sin ningún problema. Makan y yo cerramos el contrato con un apretón de manos y concertamos el encuentro al día siguiente.

Debido a mis ansias de juventud por intentar cambiar el mundo y a la influencia de los reportajes basura del tipo 21 días —pido perdón—, mi ego se vino arriba. Llegué a casa y preparé la entrevista con gran ilusión. Al día siguiente, el individuo me esperaba con su bicicleta apoyada en el portal. “Buenas tardes, Makan”. Hicimos la entrevista en un bar. El hombre se sentó y pidió un bocadillo y una Coca-Cola.

Makan me contó su situación. Estuvimos charlando con muchas dificultades. A cada pregunta que le hacía, sonreía y me decía: “No te entiendo”. Al final resultó imposible componer una entrevista. Apagué la grabadora y dejé una pregunta en el tintero. Cuando me di cuenta, decidí hacérsela: “¿Encuentras salida a tu situación?”. Makan sonrió y respondió: “España va a cambiar. Es la mano de Dios la que nos tiene que sacar de la crisis, no la de los hombres”. Me desconcertó esa respuesta. Makan no es uno de esos economistas trasnochados que siempre encuentran soluciones a la crisis, o que, por el contrario, auguran malas tempestades para España. Es una víctima del sistema y tiene esperanza de que sea la mano de Dios la que nos saque de este embrollo.

Su inocencia me apenó. Lástima que semanas más tarde, la portada principal de El País nos sorprendiera con la noticia de que el Fondo Monetario Internacional predijera que la crisis en España será más dura y que podría prolongarse hasta 2018. No sé si será la mano de Dios la que nos saque de la crisis, pero está claro que la mano invisible del capitalismo, no. Esperemos, Makan, que tengas razón.