-Ahora me ha dado por George Harrison.
-Muy bien. Aunque ahí el que “marcaba”
de verdad era Paul. George innovaba.
-Sí, Paul controlaba, pero Harrison
tiene… No sé, su música me da buen rollo.
-Nosotros versionamos sus canciones hace
unos cuantos años.
-¿Ah, sí?
¿Qué tocasteis?
- Wah
Wah, While my guitar gently Weeps, Blow Away y algunas más. En While my guitar
nuestros dos baterías se marcaron un solo flipante. Tenías que haberlo visto,
Jose.
Estamos es una cafetería hablando, como siempre que quedo con Edu, de cine y música. Es increíble la cultura audiovisual que tiene. Cantante en dos grupos de versiones, Ruta 69 y The Crooners. Cuando la música todavía daba oportunidades para pagar el alquiler y ducharse todos los días con agua caliente, se atrevió a desempolvar a la Generación Beat componiendo sus propios temas en The Hippi Monks. Hoy, sin embargo, es un gigante atrapado en un mundo donde el músico se “vende por tocar en garitos cada sábado noche por 300 euros” como él dice. Sinceramente, creo que Edu no es de esta época. Si un día inventan la máquina del tiempo, estoy seguro de que viajaría a los 60. Tomaría LSD, llenaría salas, probaría suerte con algún Phil Spector, o estaría dando la tabarra por una noche de bolo en el Whisky Bar.
Al encuentro falta por llegar Pascualo, uno de los amigos de Edu.
-¿Dónde quieres ir, José? Si quieres vamos a mi local de ensayo. Pero es un pateo grande llegar hasta él.
-Estaría bien. Además tengo que
enseñarte la nueva canción que he compuesto. Se llama Claude.
Acaba de llegar Pascualo. Es un
personaje entrañable. Un bohemio de esos que sabe vivir la vida dejando
a un lado el peso de la rutina y las obligaciones que nos acuña la cultura
occidental. Es una
persona de pocas palabras, pero el mundo que tiene grabado en la suela de
sus zapatos no tiene límites. Ha viajado a miles de sitios y conocido a todo
tipo de personas. Hasta hace unos días, había estado en
Málaga, trabajando en un huerto ecológico. Lleva una bolsa en la que
guarda un fuelle de chimenea y un guatero.
-Pascualo, ¿nos vamos a mi local de
ensayo?
-Vale, pero ¿dónde está?
-Pasando la carretera de León. Es un
pateo grande, la verdad.
-Todavía no he cenado.
-Yo tampoco- intervengo-.
Lo cierto es que lo estoy lamentando, mi estómago vacío no ha podido vulnerar el orujo de hierbas que Edu me ha invitado. Compramos un bocadillo en el bar y seguimos nuestro camino.
Lo cierto es que lo estoy lamentando, mi estómago vacío no ha podido vulnerar el orujo de hierbas que Edu me ha invitado. Compramos un bocadillo en el bar y seguimos nuestro camino.
Poco a poco nos adentramos en la
oscuridad de la noche. Las luces de la ciudad se alejan a cada paso. Para
llegar al lugar debemos pasar por una travesía mal asfaltada.
El arcén es estrecho y está débilmente marcado. Andamos a oscuras
sin chaleco reflectante y sin una luz más que la de la Luna, las
estrellas y las de las pocas viviendas colindantes que nos
encontramos en el camino.
La carretera en obras da cierto desaliño al paisaje; viejas naves abandonadas, barbechos incultos y basura por todos los rincones. A lo lejos divisamos las luces de los polígonos.
-Ya hemos llegado- Dice Edu.
Su local de ensayo está en las afueras de la ciudad. Es un complejo industrial habilitado para que bandas de música amateur desarrollen su afición sin molestar a nadie. Su interior alberga claustrofóbicos habitáculos dispuestos en fila. El propietario del edificio ha cambiado la estética industrial de la nave para convertirlo en un paraíso del rock. Las paredes están pintadas de un rojo burdel y en una de ellas hay colgado un póster de Los Ramones. Entramos en el local de Edu. Nos enseña la batería, los trajes que luce en cada concierto y su guitarra. Edu me ofrece tocar. Él a la voz, y yo a la guitarra; mientras tanto Pascualo nos mira.
-Mira Edu, esta es la canción que te dije que compuse.
Toco los primeros acordes con la guitarra eléctrica y canto:
You came, suddenly like a spring
Drawing islands on my head
Now you taunt me with your wings
and your smile without moons,
butterfly
Está guay, Jose, dice Edu. Pascualo me mira, sonríe y me guiña un ojo . Aprovechamos la noche para componer una canción, pero cada rato que pasa, nos distraemos recomendándonos grupos de los 60. Edu es un libro abierto. Es imposible no perderse entre largas y tendidas tertulias culturales. Por el contrario, conseguimos hacer una versión cutre de Me and Bobby Mcgee, de Krystofferson. La canción tiene tan solo tres acordes, pero hacer que voz y guitarra estén bien cuadradas ya es un trabajo bastante difícil. De vez en cuando Edu olvida la letra, pero lo soluciona improvisando un verso de la canción.
-Pascualo, ¿te aburres? Pregunto.
-No, qué
va. Estoy viviendo el momento, dice mientras estamos tocando.
Son las dos de la mañana. Tenemos que regresar al mundo real. Pascualo dice que tiene que marchar a Crevillente a hacer noche en casa de su madre. No tiene mucho dinero, por lo que decide ir andando desde Elche.
Ni se te
ocurra Pascualo, replica Edu. Es un camino muy largo y puede pasarte algo. Si
te hace falta dinero, te pago un taxi, o, en todo caso, te quedas a
dormir a mi casa y mañana te vas. Un taxi no te va a costar más de 10 euros.
Pero Pascualo tiene en su bolsillo 15 y no puede permitirse el lujo de costearse un viaje.
-¿Y cómo sabes que no me van a cobrar más?
-Bueno,
pues yo te dejo lo que te falte.
Llegamos
a la estación de taxi. El taxista nos dice que llegar a Crevillente cuesta unos
12 euros.
Intentamos negociar con Pascualo para pagarle parte del viaje, pero al final no ha aceptado el dinero.
Intentamos negociar con Pascualo para pagarle parte del viaje, pero al final no ha aceptado el dinero.
-Antes de
irme, fumemos un cigarro, dice Pascualo. Nos sentamos en el banco de un parque
y allí seguimos hablando.
-¿De
verdad que no quieres que te paguemos parte del viaje? Le pregunto.
-No te
preocupes por mí, me espeta Pacualo.
-Pascualo
sabe cuidarse solo, ¿no ves que tiene mucho mundo? Explica Edu.
Nos ha entrado hambre. Nos dirigimos a un 24 horas a comer algo, mientras acompañamos a Pascualo de vuelta a la parada de taxis. No sé si volveremos a vernos, por eso nos despedimos y hablamos de concertar una próxima quedada.
El coche se aleja. Son las tres de la mañana. Edu también se marcha. Le acompaño hasta su casa mientras pienso en lo que lo que Pascualo me ha dicho. “Te preocupas mucho por mí”. Su estética desaliñada y su vida errante me hacen pensar que quizá me dejo llevar por los prejuicios, y que mi obligación moral pasa por ayudarle como si de alguien desvalido se tratase; pero a Pascualo le gusta vivir así. Con sus huertos ecológicos, y sus caminatas de noche. ¿Quién soy yo para juzgarlo?
Llegamos
al portal de Edu. A él sí espero verlo pronto. Nos despedimos con un buen
apretón de manos, y allí, bajo un cielo frío y contaminado ahora más que
nunca por las luces de navidad me quedo en una calle solitaria del casco
antiguo de Elche. Reflexiono. Qué bella sería la vida si todos la
viviésemos como Pascualo o Edu.
Lástima
que el presupuesto de Pascualo no se correspondiera con lo que nos había dicho
el taxista. Su viaje en taxi le ha salido más caro.